Bajen el telón

Había que llegar a Kazán. De cualquier forma, pero había que hacerlo. Porque pasamos de estar eliminados a sentirnos serios candidatos en cuestión de minutos y no importaba nada más que estar presente en ese partido.

Argentina salió segunda de su grupo y le cambió los planes al 95% de los argentinos presentes en Rusia, porque en lugar de jugar en Nizhny los octavos de final contra Dinamarca o Perú nos tocó hacerlo en Kazán contra Francia.



Hubo que cambiar entradas, revender, buscar en FIFA alguna oficial para que el precio de reventa no te complique más la economía, encontrar la manera de viajar, cancelar hospedajes y buscar alguno nuevo porque las noches en Rusia si bien duran pocos, son frías.

Salíamos de San Petersburgo, un tren nocturno nos iba a depositar en Nizhny donde la mejor opción que conseguimos fue alquilar un auto y a la madrugada del sábado, ir a Kazán. El tren nunca salió, o nosotros nunca nos subimos, porque un cambio en la reserva nos obligaba a viajar al día siguiente, imposible. Rusia colapsó, argentinos por donde mires buscando trenes, aviones, colectivos o lo que sea para estar al otro día alentando a la selección.

La desesperación ya era el factor principal y no veíamos alternativa, pero nadie se imaginaba mirando el partido por televisión. Dos chicas ayudantes de FIFA notaron eso y nos ayudaron a conseguir un auto que nos lleve a alguna de las dos ciudades. Una aplicación llamada “BlaBlaCar” fue la opción, autos particulares compartidos donde uno solo afronta los gastos del viaje. Nos consiguieron uno que nos lleve directo a Kazán, y después de veinte horas de viaje llegaríamos al partido. El punto de encuentro era en una estación de metro a las 18, así que rápidamente nos subimos a un taxi para llegar lo más rápido posible. Ese taxi iba a ser la clave de nuestro viaje. El conductor, un hombre adulto malhumorado porque nuestras valijas le marcaban su tapizado terminó riéndose a la par nuestro durante el recorrido y nos dejó en destino. Hicimos algunas llamadas para localizar el auto y encontramos a nuestro chofer. Lo encontramos y nos mostró la camioneta. Pero no estaba sólo, eran un grupo de quince o veinte chinos, con sus vehículos ploteados con signos que desconocemos, hablando entre ellos un idioma que obviamente tampoco conocíamos, y con miradas desafiantes. Guardamos los bolsos y nos quisieron cobrar un poco más, esa fue la primera sospecha. Nos apresuraron a que subamos a la camioneta y nos sentemos atrás, apretados, sin dejarnos que alguno vaya adelante más cómodo. Nos pedían la plata y a medida que fuimos ingresando se armaba una especie de corralito detrás nuestro entre más y más personas, como si no hubiese escapatoria. “Salgamos ahora” dijimos, y entre un inglés que ni ellos ni nosotros lográbamos hacerlo entender les dijimos que no encontrábamos la plata para poder pagarles, y ante la sospecha de ellos mismos, no nos dejaban agarrar las valijas. Por suerte era una estación de metro y había mucha gente caminando, pero sin juzgar a los orientales, cuando uno piensa que corre el riesgo de ser secuestrado por una mafia china en Rusia, no hay partido ni mundial que te salve. Nos alejamos del lugar y el problema ahora era que no teníamos en que viajar y las horas pasaban. Llamamos a ese taxista que nos había dejado ahí y le ofrecimos el viaje, que si que no y por un precio bastante más caro del pensado, aceptó viajar con nosotros. Nos pareció una locura, San Petersburgo y Nizhny tienen 1.100 kilómetros de distancia y lo haríamos en taxi, con dos valijas en los asientos y un hombre que no conocíamos. Paramos dos o tres veces, cafés, energizantes y los ojos bien abiertos. No queríamos ni mirar el GPS, las horas estaban justas, si todo salía bien íbamos a llegar al partido más o menos para el himno. Se hizo de día, por suerte temprano, como siempre y Moscú había quedado en el camino, Nizhny estaba cerca. Encontramos el hostel, dejamos las cosas y siendo las 10 faltaban siete horas para que comience el encuentro. A Kazán había 400km más, y una ruta en muy mal estado, con muchos camiones y caminos angostos. Salimos del hostel y como ya le habíamos agarrado confianza, llamamos otro taxi para decirle “vamos a Kazán”. Le advertimos que necesitábamos llegar antes de las 17, y esquivando camiones de frente el chofer nunca sacó el pie del acelerador. El miedo de no llegar y haber hecho todo esto estaba presente, hasta no estar sentado en la butaca del estadio no iba a estar tranquilo. Pero llegamos, 16:15 estábamos haciendo la fila para entrar. Pensé que tanta odisea iba a ser bueno, “no hay mal que por bien no venga” dije, para transmitir un poquito de confianza a mis amigos.



Ahora sí, la selección argentina enfrentó a Francia por los octavos de final del Mundial Rusia 2018 bajo el calor de Kazán, como en cada encuentro. Hasta acá habíamos llegado de regalo, todo lo que pase estaba bien, pero como somos argentinos y tenemos a Messi lo encaramos con la esperanza que nos caracteriza, éramos candidatos.

Francia fue superior y el planteo argentino fue malo, pero con los goles de Di María y Mercado, la alegría fue inmensa, ya era una hazaña. Una vez el Diego dijo: “Platini es como todos los franceses, van para donde va el viento”, y así fue. Mbappé fue el viento e inclinó la cancha para los europeos. El fútbol esta vez fue justo, y aunque la historia podría haber sido otra con la última jugada, Francia ganó el partido y nuestro mundial se terminó.

El sueño llegó hasta acá, pero la experiencia es tan grande que es difícil sentirse mal. Quizás porque era un final anunciado y nuestra esperanza demasiado grande, pero estos golpes te hacen sentar cabeza. Ojalá sirva para que Argentina vuelva a ser Argentina.

En la cancha no hubo insultos, tampoco una ovación para el equipo en forma de agradecimiento. Se cuestionó a Sampaoli, si. Como en todos lados. Pero las miradas estaban en Messi, en el diez. Nadie se quería mover del estadio hasta que se vaya él, porque no sabemos si esa habrá sido su última imágen.



El mundial sigue, el fútbol también. Croacia vs Dinamarca se llenó de argentinos y peruanos que tenían su ilusión puesta ahí, y el clima siguió siendo igual. Es raro vivir esto ya con Argentina eliminada, pero habrá que esperar cuatro años más, para que Qatar nos vuelva a llenar el alma.  

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