Tercer acto

La esperanza es lo último que se pierde pero antes de hacerlo estoy seguro de que más de una vez te cuesta encontrarla. Así fueron los días previos al partido con Nigeria, desde la paliza croata estuvimos buscando refugio en goles ajenos que jamás imaginamos. Ni disfrutar una ciudad como San Petersburgo te desconecta del calvario que significaba quedar afuera en primera ronda. Que tampoco era quedar afuera en primera ronda, era sentir vergüenza cuando mirabas a alguien a la cara, como si le hubieses fallado.

Llegó el día y la selección enfrentaba a su par africano en un estadio inmenso, como si estuviese planificado, para que no entre ni un alfiler, para que cada argentino pueda entrar aunque sea fingiendo usar una silla de ruedas (ésto pasó de verdad) y nadie se pierda el show.

Al igual que a Moscú y Niznhy cuando les tocó recibir a nuestro equipo, el sol contagió con su calor cambiando el pronóstico previo y las nueve de la noche parecían las cinco de la tarde. Pero de otro día, un día que no llegaba, eran las horas más largas que nos tocaban vivir.

Ese sol tampoco se quería quedar afuera del estadio, y al no encontrar lugar decidió iluminar a alguien, al más humano de los dioses para que pueda transmitir a todos los demás lo único que queríamos ver al final de este oscuro túnel: luz.

Obviamente que si Dios es argentino, el Messías también. Y ambos serán tan cuestionados en cada uno de sus actos como la historia lo permita. Pero en este caso el capitán argentino nos dio aire y marcó el uno a cero, para que los que le pegaron en el piso cambien su portada.
Si bien necesitábamos ganar, había un partido en paralelo que condicionaba nuestro destino, pero la concentración era tanta que nadie sacó su celular para ver como iba Croacia - Islandia hasta finalizado el primer tiempo.

Arrancó el segundo, ganaba Argentina, también los croatas y el pase a octavos parecía estar cerca. La gente se sintió mucho más cómoda que en los partidos anteriores y alentó desde la previa sin parar, como si nada hubiese pasado. Hasta que llegó un penal para Nigeria, tan dudoso como injusto, que cambiaron por gol.

El equipo no supo levantarse anímicamente de ese golpe y los hinchas tampoco. Los minutos pasaban, el sol se escondía y la ilusión se desarmaba en llanto. No veíamos esa luz al final del túnel, todo el esfuerzo de cruzar el mundo, de recorrer distancias infinitas en el país más grande y sentirse parte de la alegría de todos se quedaba guardado en una butaca, en la altura de ese gigantezco estadio, con los codos en las rodillas y las manos sobre la cabeza, mirando cada lágrima caer porque el sueño era una pesadilla. Fueron los cuarenta minutos más largos y fríos de Rusia, pero si van a hacer una película de este mundial que empiece acá, a mitad del túnel, porque aunque era de noche vimos luz: Gol de Argentina faltando cinco minutos, y clasificación.



Lo lindo del fútbol es que te permite creer, porque en las calles rusas somos dos menos, pero déjenme pensar en que si Dios y el Messías son argentinos, ayer dos ángeles ayudaron a levantarnos de nuestro asiento y abrazarnos con el que tengas cerca y explotar en llanto y gritos, pero de alegría. Aunque cada uno debe mirar hacia arriba y tener su propio ángel, el fútbol te permite creer.

Le dieron una vida más a un equipo que tiene al mejor del mundo, y espero que se arrepientan. Argentina sufrió pero pasó de ronda y le tocará enfrentar a Francia. Todo lo que venga ahora es de regalo, pero el show debe continuar. ¿Cómo se llama la obra? Estamos en octavos.

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